En las relaciones de poder los conflictos siempre abundan, y en ellos nunca faltan las adscripciones discursivas, moralizadoras o ideológicas que pretenden definir cuál de las partes involucradas tiene razón y está en su derecho, cuál sirve al bien común y cuál a intereses particulares y egoístas, cuál promueve el progreso y cuál lo obstruye, cuál lucha con las armas y los medios justos y cuál rompe las reglas. En otras palabras, simplemente se quiere determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos. A veces la contienda sólo se reduce a tal intercambio de argumentos o insultos, en el cual un ejército de políticos, ideólogos, analistas, científicos y seudocientíficos intenta ganar in-fluencia, seguidores, prestigio y fama. América Latina -y el campo científico que se dedica a ella- no constituye ninguna excepción.